En 2050, se estima que habrá diez mil millones de personas en el planeta. Una población de tal envergadura implica una producción de comida jamás conocida anteriormente. Es más, de acuerdo con National Geographic, “para alimentar a la población en las próximas cuatro décadas habrá que generar más comida de la producida por todos los granjeros y agricultores de la historia durante los últimos 8000 años”. Con las técnicas actuales de producción agrícola podría parecer que difícilmente seremos capaces de generar tanta comida, pero la verdad es que desde hace unas décadas los Países Bajos se han propuesto revolucionar la tecnología agrícola y nos han acercado un poco más cerca del objetivo de dar de comer a todos los habitantes del planeta. Es así como Holanda se ha convertido en el jardín del mundo.
Si nos acercásemos a una plantación holandesa, probablemente no encontraríamos aquello a lo que estamos acostumbrados a ver en países como España, Italia o Francia. En cambio, encontraríamos bastos invernaderos tecnologizados, tractores que funcionan solos, drones que monitorean el territorio y sistemas de optimización de recursos “al estilo Wakanda”. Con una tecnología que muchos confundirían con una película de ficción, Holanda ha conseguido aumentar su producción reduciendo el consumo de recursos y ha llegado a ganar 92 billones de euros en exportaciones agrícolas solo en el año 2018. Esto la ha convertido en una gran potencia agrícola, siendo el mayor exportador de estos productos de Europa y el segundo del mundo, solo por detrás de los Estados Unidos. Y todo eso, con apenas 41.000 kilómetros cuadrados de territorio y siendo uno de los países más densamente poblados del mundo. Aunque tampoco hay que olvidar que también es uno de los países más ricos y modernos de Europa y del mundo. Pero esta riqueza no explica realmente porque tienen una agricultura tan eficiente, tecnológica y sostenible, dado que muchos países, al especializarse en la exportación de tecnología puntera, suelen dejar de lado su sector primario, donde los salarios y la productividad no suelen ser tan altos. Siendo así, la explicación de cómo los Países Bajos han acabado alimentando al mundo ha dependido de dos factores fundamentales: la coyuntura histórica y los valores holandeses.
En los años 70, Holanda ya era uno de los países más avanzados y prósperos de toda Europa. Debido al éxito económico y sobre todo a la notoriedad de sus empresas tecnológicas en el exterior (como Airbus o Philips), los salarios y las condiciones de trabajo eran cada vez más altas. En cambio, la agricultura no gozaba de tanta suerte. Las condiciones de trabajo en el campo eran mucho peores que en sus grandes industrias tecnológicas, lo que desincentivaba a las personas de trabajar en el sector primario. Además, debido a la gran diferencia de salarios entre Holanda y otras regiones europeas, como España o Italia, los productos agrícolas holandeses no lograban tener precios competitivos. Esto conllevaba que cada vez, el campo tuviese menos mano de obra dispuesta a trabajar en él, y todo ello se combinaba de una manera desafortunada con la escasez de territorio dado el tamaño del país y el régimen de propiedad de los terrenos, que normalmente pertenecían a pequeños propietarios con escasa capacidad de inversión en innovación.
Con esta situación, la mayoría de los economistas habrían recomendado dejar de lado el ineficiente sector primario para centrarse en aquello en lo que país tenía mayor ventaja comparativa, es decir, en tecnología. Pero dado que la sociedad nunca es tan sencilla, la decisión del gobierno holandés tuvo que tomar en cuenta otro factor fundamental. A diferencia de otros países europeos, los Países Bajos tienen asociaciones agrarias con mucha influencia política, podríamos decir que tanta como la Patronal. Estas organizaciones se opusieron rotundamente a abandonar el sector primario y dado su poder de negociación, el gobierno tenía las manos atadas en cuanto a esta decisión. Así, se presentaban dos principales soluciones: el gobierno podía, como ya se ha hecho en otros países, subvencionar la agricultura para que no diese pérdidas, lo que a largo plazo es ineficiente y no soluciona el problema; o, por otra parte, buscar estrategias para aumentar la productividad de su sector agrario, que es un camino mucho más difícil, pero también demuestra una visión dinámica de eficiencia a largo plazo. Y como ya os podéis imaginar, optaron por la segunda opción.
Holanda, nunca ha sido un país muy dado a las subvenciones a fondo perdido (como hemos podido ver recientemente en las negociaciones europeas para el fondo de recuperación) y descartaron rápidamente la segunda idea. Es más, aunque Holanda sea el gran exportador de productos agrícolas en Europa, apenas recibe ayudas de la Política Agraria Común (PAC). Por ejemplo, para los próximos presupuestos de la UE 2021-2027, se espera que Francia y España reciban 62,3 mil millones y 43,8 mil millones de euros, mientras que los Países Bajos recibirán apenas 5,4 mil millones de euros. Además, recientemente, Matthijs van Bonzel, embajador de Holanda en España, demostró abiertamente su rechazo a este tipo de políticas:
“Nuestro mensaje es que el agricultor, el ‘campesino’, ya no debe estar relacionado con la pobreza. De hecho, en Holanda, es el centro del desarrollo de la economía y de la innovación. […] Europa, tal como la conocemos, da la mitad de su dinero a agricultores para que puedan cultivar en sus campos. Pero, en el fondo, eso no es algo duradero. Pensamos que, como España, se puede vivir en un mundo competitivo. ¿Qué necesidad hay de las subvenciones?”.
Haciendo gala de esta idea, muy afín a la cultura y los valores del país, el gobierno holandés decidió solucionar el problema con una idea muy simple: la tecnología. El objetivo era hacer que el país produjese más y mejores productos, aumentando la productividad y la calidad sin bajar los sueldos. La clave de esta política fue (y es) la Universidad de Wageningen, también llamada Food Valley, al estilo Silicon Valley, pero en versión Agrotech.
El gobierno holandés creó la Universidad de Wageningen especialmente dedicada al estudio de las técnicas y productos punteros para la agricultura y la ganadería. Y el objetivo de esta universidad no se enfoca únicamente en mejorar estos elementos en el país, sino que aspira a aumentar la calidad y cantidad de la comida en todo el mundo. Para conseguirlos, el dinero destinado a la investigación en este centro se ha duplicado en las últimas dos décadas, mientras que se nutre de un sistema de financiación público-privado. Tanto el sector público como las empresas privadas participan del presupuesto, dado que todos se benefician de los avances tecnológicos. Además, las investigaciones han adoptado enfoques muy prácticos, capaces de adaptarse al mercado fácilmente y que tiene como objetivo conseguir productos más eficientes, productivos y ecológicos. Y este modelo parece estar funcionando, ya que por ejemplo, mientras que los Estados Unidos necesita unos 126 litros de agua para producir un kilogramo de tomates, Holanda apenas necesita ocho. Pero eso no es todo, algunos de sus productos han conseguido crear microclimas artificiales para producir casi cualquier tipo de vegetal o fruta, o han multiplicado su productividad con sofisticados sistemas de lámparas led en los invernaderos, entre muchos otros avances.
Y ahí no acaba todo, para conseguir llevar de manera eficiente esos productos a los pequeños agricultores han creado las llamadas Oficinas de Consejo Agrícola. La función de estas oficinas es asesorar a los agricultores para que elijan el mejor tipo de tecnología disponible según las características específicas de sus plantaciones o ganado. Y los resultados han sido sorprendentes. Mientras que la mayoría de las granjas europeas usan antibióticos para evitar la expansión de enfermedades entre su ganado, muchas granjas holandesas funcionan con una tecnología que les permite prever la aparición de tales enfermedades y evitarlas. Y lo mismo con las plagas, combaten arácnidos con ácaros, y protegen los champiñones de las moscas con lombrices. Además, han reducido considerablemente su uso de pesticidas, monitoreando las plantaciones con drones y han aplicado sistemas de optimización de recursos, haciendo caer hasta un 90% el consumo de agua. Aunque muchas de estas medidas no han estado libres de las críticas, dado que, a fin de cuentas, es un modelo agrícola muy industrializado.
En conclusión, Holanda ha sido capaz de revolucionar el mundo agrícola y ofrecer una alternativa a la labor tradicional del sector. Ahora su objetivo está en extender su conocimiento fuera de sus fronteras. Y mientras que a nosotros solo nos queda esperar para ver los resultados, ellos ya han comenzado diversos proyectos de investigación en países como Brasil, Etiopía, Bangladesh o Kazajstán, entre otros.